Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 1 – Invierno 2006
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

A¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil, nos aporta tan poca felicidad? La repuesta es esta, simplemente: porque aún no hemos aprendido a usarla con tino.

Vivimos en un mundo globalizado, atado de pies y manos por un sistema económico que compra y vende cualquier tipo de mercancía, incluyendo a los hombres. El arte no es ajeno a esta vorágine y participa de ella como un elemento más. Los artistas, y los críticos de arte, empaquetan sus obras para ser vendidas, como la mercancía de un bazar. Esto plantea un grave problema: cuando el artista va a gestar su obra ya piensa cómo puede venderla, por lo que siempre estará condicionado por la exigencias de un mercado tan cambiante y caprichoso como el tiempo. No nos engañemos, no siempre ha pasado esto. Ha habido otras épocas, y en este sentido han sido bastante mejores, o al menos más honestas. No hay más que echar un vistazo al panorama artístico actual. Ojo, buenos artistas los siguen habiendo, no se está hablando de eso. Simplemente es una cuestión de perspectiva. La música, el cine, la literatura, la pintura, el teatro... nadie es capaz de romper esta dinámica autodestructiva.

Cuando el acto de crear está condicionado por otros elementos que no sean los de la simple expresión del alma (sí, han leído bien, EL ALMA) entonces deja de ser un acto creativo y se convierte en otra cosa. Y es que la creación es un acto que trasciende lo humano.

Este año se cumplen veinte años de la muerte del director de cine ruso Andrei Tarkovski. Este cineasta dijo en una ocasión que la sociedad actual caminaba hacia el suicidio moral. Cuando decía esto no se refería sólo a la moral en los valores, sino también en el arte. Y es que Tarkovski tuvo que lidiar con muchos problemas para poder crear sus obras tal y como las había concebido en un principio. Eso es crear. Y si no ahí está el caso de muchos escritores que todos tenemos en mente y que no han renunciado a su forma de concebir la escritura como acto de creación (Bukowski, Toole, Borges, Delibes...). Nadie dice que sea fácil bajarse de este tren, pero a veces hay que intentar que, al menos, disminuya su frenética marcha.

La sociedad actual muchas veces condena al ostracismo a aquellos que la desafían, pero merece la pena dejarse la piel en ello. El tiempo, el crítico de arte más justo que se conoce, pone a cada uno en su sitio. No se trata de ser un idealista utópico que se muere de hambre por no dar su brazo a torcer. Se trata, en definitiva, de no poner nuestros ideales a cotizar en Wall Street.