
(A María B. B.)
Marchaba el alma de Aquiles a grandes pasos por el prado de asfódelos
(La Odisea, Homero)
Hubo un año en que la primavera dejó de ser eterna. La diosa Deméter lo impidió. Estaba agotada de recorrer el mundo, antorcha en mano, buscando a su hija desaparecida. Pero sobre todo, estaba muy afligida porque no era capaz de encontrarla. Ni siquiera una diosa como ella. Su hija se había esfumado. Era como si ya no estuviera en este mundo….
¿Pueden imaginar lo que ocurre cuando desaparece la primavera? Aquel año no creció nada sobre la faz de la tierra. Ni una mísera brizna de hierba. Las flores desaparecieron, y con ellas los frutos que ofrecían una vez fertilizadas por los insectos o el viento. La desolación se extendió por todos los rincones, y hombres y animales estuvieron a punto de perecer. No tenían qué echarse a la boca. Ni la peor de las guerras, ni la más negra de las pestes eran comparables con aquella catastrófica situación.
Deméter recurrió a Helios. Y el sol, que todo lo ve, contó a la atormentada madre lo que había sucedido. Su amada hija había sido raptada por el dios de los muertos. Una soleada y tranquila mañana, cuando Kore, totalmente despreocupada, se afanaba en recoger flores en el campo, acompañada de las ninfas, la tierra se abrió. Y por aquella tenebrosa grieta, apareció el soberano del inframundo, en su carro tirado por caballos negros. Hades raptó a Kore y la llevó consigo a sus dominios, para hacerla su esposa, para convertirla en Perséfone, la Reina de los Muertos.
Las que primero recibieron las iras de la madre fueron las ninfas. Por no haber intervenido para evitar el rapto, Deméter las desfiguró en las horrendas sirenas. Después, fue toda la humanidad la que por poco muere de hambre como ya he comentado. Un solo año, fue un solo año sin primavera, y tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. El dios de dioses trató de convencer a su hermano Hades para que devolviera a Perséfone. Hades aceptó, pero con un tétrico ardid: antes de liberarla, hizo comer a Perséfone seis granos de granada, maleficio que obligaba a la bella Perséfone a regresar al mundo de los muertos un mes por cada grano comido...

Foto01b.jpg. Prado de asfódelos en Grecia
A partir de entonces la primavera ya no fue eterna. Se reduce a los meses en que madre e hija se reencuentran en el mundo de los vivos, antes de que Perséfone deba regresar junto a Hades con el comienzo del otoño. ¿Cómo es posible que repitiéndose todos los años la llegada de la primavera nunca hayamos visto a Perséfone entre nosotros? ¡Ya saben, cosas de diosas! Ni siquiera logró verla Odiseo cuando bajó al reino de Hades, aunque sí pudo sentir su presencia invisible durante toda su estancia entre los muertos.
Fue precisamente en los prados de asfódelos, la primera planicie que encuentran las almas difuntas tras lograr atravesar el río Aqueronte o la laguna Estigia, donde Odiseo se reencontró con sus antiguos compañeros de batallas. Entre las inconfundibles, fantasmagóricas y bellas flores pálidas de esta planta, vagan eternamente las almas de la gente corriente y común. De los que no han sido juzgados ni como bondadosos ni como malvados. El héroe griego tuvo ocasión de consolar a Aquiles, tratar de reconciliarse con Ajax y ver al gigante Orión persiguiendo a las fieras que había matado en vida. En mitad de ese campo de asfódelos también se sitúa el palacio de Hades. Y durante los esponsales con Hades, tan solo las flores de los asfódelos mitigaron la desazón de Perséfone. Desde aquel aciago día, donde está ella, están los asfódelos.
Por ello, la presencia intangible de Perséfone entre nosotros, e incluso el momento exacto de su llegada a nuestro mundo, puede detectarse a poco que nos fijemos en el paisaje. Cada año, en lo más duro del invierno, los campos ven surgir de las entrañas de la tierra las inconfundibles hojas verdes y acintadas de los asfódelos: la flor favorita de Perséfone. Porque las hojas no brotan plácidamente: resquebrajan y rasgan la superficie de la tierra para emerger lenta, pero violentamente, llevándose por delante hasta las piedras que encuentran a su paso. Salen desde el mismísimo inframundo. Y es que los asfódelos son los heraldos de Perséfone en la tierra, cuando regrese a nuestro mundo durante la plácida estación primaveral.
Una halo de misterio rodea todo lo que tiene que ver con esta planta. Sus hojas verdes aparecen tanto en las planicies resecas por el sol, como en las zonas más oscuras donde casi no llega la luz. No hay herbívoro que se atreva a comerla. Acaso algún gazapo, tal vez un lebrato, le dará algunos mordiscos, pero lo indigesto de la planta quedará indeleble en la memoria del animal para el resto de su vida, y jamás volverá a acercarse a ella. Al poco de que el fuego haya consumido los montes, los asfódelos rebrotan en mayor número y con más brío, entre lo calcinado del resto de vegetación. Ni siquiera entonces el ganado le acercará el diente.
Foto02. Detalle de las flores del asfódelo (Asphodelus cerasiferus).

Y todo ello gracias a la fuerza de los tubérculos subterráneos de esta planta. Tubérculos que son la comida favorita de los muertos en el inframundo, y tal vez por ello los griegos se hacían enterrar con ellos. También se han encontrado estos tubérculos en enterramientos ibéricos, como los de la necrópolis de Coimbra del Barranco Ancho, en las estribaciones de la Sierra de Santa Ana de Jumilla. Además, los asfódelos se plantaban al lado de las tumbas, con la finalidad de que los fallecidos tuvieran alimento durante su tránsito. Pero esta planta también quitó el hambre de los vivos. Teofrasto afirmaba que numerosas partes de la planta son comestibles: el tallo o escapo frito, las semillas asadas y sobre todo los referidos tubérculos cortados, cocidos y mezclados con higos. En épocas de carestía en nuestro país, algunas de ellas relativamente recientes, volvieron a ser consumidas estas estructuras subterráneas, o sirvieron ocasionalmente para alimentar a animales domésticos como los cerdos.
Cuando Perséfone se reencuentra con su madre, los asfódelos florecen por doquier, con sus inconfundibles flores pálidas y estrelladas. Surgen agrupadas en el ápice del tallo o escapo, que se ha elevado más de un metro sobre la roseta basal de hojas. No hay planta, de las muchas de nuestros campos, que ofrezca semejante aspecto, entre irreal y onírico. Muchos vieron en estas varas el cetro simbólico de Perséfone y Hades, reyes del inframundo. Incluso parece que el nombre asphodelus con el que lo designaban los antiguos griegos procede precisamente de la palabra griega para cetro.
Conforme avanza la primavera y el tiempo feliz de Perséfone junto a su madre, los asfódelos dan sus frutos esféricos que contienen las semillas. En nuestro Campo de Salinas, estos frutos eran utilizados (a modo de cuentas) para confeccionar grandes rosarios decorativos, con la cruz de madera de almendro, que colgaban en los cabeceros de las camas de las casas de campo. ¡¿Cuántos lugareños no habrán realizado el tránsito de la vida a la muerte acompañados, otra vez, por la planta de los difuntos?! El asfódelo es el mismo, la religión otra. De los cetros griegos de los señores de los muertos, se pasa a la católica vara de San José, como también se conoce a la planta. Por algo el tallo florífero y aún flexible del asfódelo es evidente durante marzo, mes en que se celebra la festividad del santo desde el siglo XIV.
Al final del verano los asfódelos van marchitándose poco a poco. Las robustas hojas siempre verdes se han resecado y desaparecido; los tallos floríferos secos yacen tronchados por el viento o la mano de un niño; los esféricos frutos se han abierto para liberar las semillas, que volverán a lo más profundo de la tierra. Y es que el tiempo se le agota a Perséfone, que también deberá regresar al reino de Hades, dejando entristecida, una vez más, a su madre. En ese momento, los asfódelos se ausentarán totalmente sin dejar rastro alguno...
En definitiva, el mito del ocaso y renacimiento de la naturaleza, ligado de por vida a una de las plantas más evocadoras de la flora torrevejense, el Asphodelus cerasiferus. Historias, leyendas, etimologías que hunden sus raíces en la noche de los tiempos y que en la península Ibérica ha mantenido el bello término gamón (desaparecido del resto de Europa), con el que también se conoce al asfódelo en nuestra zona. Gamón que deriva del griego gamos, “matrimonio, unión íntima”, y que nos remite, de nuevo, a Perséfone y su eterno ciclo de vida y muerte.

Foto04. Floración de asfódelos en las inmediaciones de la laguna de La Mata
Durante la primavera, en las pocas laderas pedregosas que quedan en el Chaparral (castigadas por años de deforestación, agricultura, pastoreo y estigmatizadas con su futura urbanización), entre cientos de asfódelos que se elevan sobre el horizonte para abrir sus flores, uno espera que en cualquier momento aparezca el gigante Orión corriendo tras los ciervos.
Y cuando el sol se inclina sobre la laguna de Torrevieja e ilumina oblicuamente, difuminando la luz de los blancos pétalos del gamón de manera irreal, uno siente que Perséfone ya está aquí. Que la primavera ha llegado.
|